domingo, 12 de mayo de 2013

TESTIGOS MUDOS


Semejamos esqueletos de monstruosos pájaros mitológicos y nuestra nueva ocupación consiste en contemplar, desde la desmesurada altura de nuestras cabezas afiladas como lanzas, el paso del tiempo. 
Un tiempo que ya dejó de ser el nuestro. 
Con una quietud de cadáveres metálicos venimos sufriendo soles tórridos, escarchas, temporales lluviosos y todas las inclemencias de una despiadada intemperie que erosiona nuestras estructuras tras haber desnudado de pintura el recubrimiento que antaño nos proporcionaba color y cierta personalidad; ahora vestimos todas las de mi especie el óxido que nos unifica con el traje mísero de la decadencia, de la más absoluta desidia. Nos llamaron grúas, fíjense qué simpleza de nombre, si se tiene en cuenta que marcamos una época de esplendor económico que dio como fruto el enriquecimiento fulgurante de especuladores, ayuntamientos y políticos desalmados.
Hay quienes nos considera símbolos del drama que sufre el país; no sé qué pensarán mis congéneres, las otras grúas, quiero decir, pero yo les puedo asegurar que nos limitamos a trabajar como bestias, elevando y transportando por vía aérea miles de toneladas de materiales tan ásperos como pesados, nos descoyuntamos vivas trabajando de sol a sol durante años y como pago, ahora nos vemos sin una mísera pensión para siquiera subsistir, ni un techo que nos cobije y nos proteja del óxido, o sea; como la mayor parte de ustedes. También los hay que hacen mofa de nuestras formas desangeladas, sobre todo porque siendo tan altas, el motor y el mecanismo que nos dirige está casi siempre en nuestra parte trasera y a ras del suelo, por lo que aseguran que tenemos el cerebro en el culo, ¡menuda ordinariez! Al menos yo, todavía siento un pálpito de vida circular por la maraña de hierros que forman mi estructura, pues, si ustedes se fijan en mí con atención, verán como me mezo con la ayuda del viento, es un balanceo suave, porque tengo miedo de dar con mis huesos, perdón, con mis hierros en el suelo y acabar formando parte de esa confusa maraña compuesta por carretillas oxidadas, montones de puntales, planchas de encofrar, algún que otro montón de escombros y otros materiales erosionados por la inclemencia de la intemperie.
Y además pienso –aunque sea con el culo– lo suficiente para poder asegurarles que a mí se me dijo que sería una herramienta clave para obrar el milagro de que hasta los más humildes dispondrían de un techo que les diera cobijo. Si ahora ha resultado todo lo contrario, ni yo ni mis hermanas grúas hemos sido las culpables del desaguisado, de modo que no nos tilden de haber quedado como símbolos de la avaricia estúpida del ser humano.   

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