miércoles, 1 de mayo de 2013

POR UN PUÑADO DE TRASTOS VIEJOS



En mayor o menor medida, a todos nos preocupa el aumento que últimamente se está registrando de atracos y hurtos en viviendas, áticos y casetas de campo; amén de robos o destrozos de coches en nuestras calles, una lacra que está alcanzando el triste rango de práctica cotidiana.
Del cabreo general se desprenden opiniones de toda índole, desde afirmar que a los cacos que logra agarrar la G. Civil no les hacen ni cosquillas (por una puerta entran y por la otra salen), hay quienes dicen que harían falta más Fuerzas de Seguridad o, tal vez la menos aconsejable de todas las soluciones: que cada cual defienda sus propiedades aunque sea a tiros. Endurecer las penas o castigos para estos mangantes de baja estofa daría al traste con el principio de equidad de nuestra justicia, puesto que si a un ladrón que ha robado una bicicleta en un ático, o un motosierra en una caseta de campo se le impusiera una sanción, siquiera de 20 euros o se le detuviese una semana, cuál habría de ser, en proporción, la condena que correspondería a los “aristócratas” de su oficio, quiero decir a los que ´mangan´ millones de euros a las arcas del Estado, al dinero de todos.
Se comprende que supone una auténtica temeridad pernoctar en una caseta de campo sin tener a mano algún tipo de herramienta con que defenderse, es quedar a merced de posibles maleantes, y uno de los derechos más antiguos consiste en defender casa y familia mientras nos quede una gota de sangre en el cuerpo, pero, aún así… si alguien, a pesar de hacerlo en legítima defensa hiere, o mata a un semejante, por muy ladrón que éste sea y, por más que logre justificarse judicialmente, jamás logrará justificarse ante sí mismo. Mientras viva levitará sobre su conciencia la negra sombra de haber matado a otro ser humano.
Pretendiendo que estos delincuentes no se vayan de rositas, a pesar de haber hecho del robo arte y oficio, tal vez podrían hacerles saldar su deuda con la ciudadanía con servicios sociales o reparando caminos rurales y desbrozando montes, aunque volveríamos a toparnos con el principio de equidad, pues… si a un mísero ladrón de trastos viejos le caen dos semanas de dar el callo por esos campos de Dios, qué condena tendrían que imponerles a los corruptos que nos roban millones a espuertas. Como no fuera que, además de devolver el dinero robado pasaran el resto de sus vidas limpiando las cloacas de las muchas instituciones que se nos han podrido. Sí, ya sé que sería un trabajo asqueroso, pero ellos ya están acostumbrados al hedor de podredumbre.

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