domingo, 21 de julio de 2013

El piojo verde


Unas tierras cicateras en sus cosechas e insaciables en su demanda de esfuerzo, obraban el milagro de no dejarnos morir de hambre, aunque era un sinvivir continuo ver en nuestro entorno familias de jornaleros que no todos los días podían permitirse ni unas humildes sopas de ajo. No necesitábamos nevera porque no había nada que guardar en ella, si acaso, las cartillas de racionamiento del pan, el aceite y el jabón. Nos contaban que si éramos así de pobres se debía a que El Generalísimo y los suyos nos habían salvado a la patria, pero la habían salvado mal, que habría que conquistar un régimen democrático para alcanzar un nivel de vida como el que disfrutaban nuestros países vecinos, tan europeos y modernos, ellos.
Y algo había de cierto en dicha afirmación, pues no se puede negar que en los primeros 25 o 30 años de democracia nuestro país ha progresado, casi en términos generales, más que en toda su historia. Lo lamentable, ahora, es que todo induce a pensar que nuestro declive, comenzado hace ya unos años, no tiene trazas de tocar fondo. Estamos atrapados en un cepo del que no se ve forma de escapar, más bien al contrario: cada movimiento que hacemos, o hacen por nosotros los gobernantes que nos representan, se muestra claramente encaminado a que el dogal que ciñe nuestro cuello se estreche un poco más, como si la única solución al drama estuviera en apretar las clavijas a las clases trabajadoras, como si nosotros fuéramos la causa del gran desaguisado.
Quienes recordamos aquellos tiempos de pura subsistencia, no podemos evitar el temor a que la historia se repita. Nos viene a la memoria una situación límite en la que la Sanidad, la Educación y la Justicia eran cosas de ricos, y el comer suficiente casi dependía de la Divina Providencia, el hambre suponía la peor de todas las enfermedades, la llamaban El Piojo Verde y se llevó a la tumba a miles de niños entre la infancia y la adolescencia porque no comían lo estrictamente necesario cuando más lo necesitaban, puesto que les cogía en pleno desarrollo. Por eso, cuando ahora nos cuentan, y vemos, que cada vez son más las familias que se encuentran en situaciones límite, cuando unos padres o abuelos llegan al angustioso extremo de que un niño les pida comida y no poder dársela, en tanto que los despilfarros y casos de corrupción se suceden como cosa cotidiana en nuestras administraciones públicas, la pregunta surge inquietante: en qué terminará todo este caos. Quién, o quienes nos salvarán la patria esta vez. 

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