lunes, 5 de marzo de 2012

El tío Juan

El tío Juan confiesa no ser hombre de letras, ni tampoco de números porque cuando le hablan de millones y del Universo, le entra mareo. Esas cosas tan grandes, tan inabarcables para su naturaleza simple –asegura–, son propias de gente de estudios, y él lo único que estudió fue la forma de vivir de su trabajo con honestidad. Quizás es ese sentimiento, constreñido de ignorancia, el que le lleva cada día a las afueras de la ciudad, donde todavía se pueden apreciar algunos vestigios de lo que fuera la pequeña masía en la que sus padres les sacaron adelante a él y a sus dos hermanas.

Desde el otro lado de la alambrada, el tío Juan contempla con mirada acuosa los escombros de lo que fue la modesta vivienda, amontonados junto a otra pequeña construcción que antaño dio cobijo a la mula, aún se conservan en pie tres de sus paredes y parte del techo. Lo que antes fueron fértiles huertas, ahora lo ocupan pilas de puntales y toda suerte de trebejos comidos por la herrumbre y medio cubiertos por las malas hierbas, todo quedó hace tiempo preparado para construir. Al tío Juan le suena este término paradójico, un contradios, si se tiene en cuenta la desidia, la destrucción en que han convertido su querida huerta y la casa de su niñez y juventud. El esqueleto de una grúa se asemeja al de una descomunal cigüeña y preside el decadente paraje como testigo de la insensatez humana.

El tío Juan hace tiempo que no ve la tele, o apenas le presta atención, le entristecen sobre todo las noticias, porque todo lo que cuentan es malo; no hay trabajo que dé de comer a las clases trabajadoras; la industria, al parecer, ya ha fabricado todo lo que había que fabricar; la minería ha muerto; de la construcción mejor no hablar; la pesca no da para vivir, ni la ganadería, en nuestro país nada es ya rentable. Le viene a la memoria la época de pura subsistencia de su juventud, cuando, más que de lo que se ganaba, se vivía de lo que no se gastaba. Hasta hace nada se hablaba de progreso, globalización Comunidad Europea y, casi sin transición, han pasado a hablar de recortes y estrecheces cuya culminación y alcance real aún no conocemos y el tío Juan, desde su simpleza, se pregunta, en tanto que mira con patetismo su pequeña masía devastada: ¡A dónde coño nos van a llevar los que manejan los hilos de este sistema infame!
En fin –termina diciéndose impotente– seguramente, los que tengan estudios lo sabrán. Seguramente…

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