martes, 17 de enero de 2012

Pájaros de papel

Siempre tuve miedo a la oscuridad, me hacía sentirme sola, muy sola. Hasta donde me alcanza la memoria, las pesadillas que robaban mi sosiego me llevaban a un lugar desconocido, sin más compañía que los fantasmas que creaba mi imaginación, atormentada por no sé qué miedos. Entonces acudía mi abuelo Ramiro (me crié sin padres) y me sentaba en la cama, apoyaba las manos en mis hombros y sus labios en mi frente y me susurraba: no tengas miedo, Inés; yo siempre estaré contigo. Me hablaba de que pronto sería navidad y haríamos aquella aldea con su establo, que daba cobijo al recién nacido, custodiado por sus padres, la mula y el buey, el pequeñín que según las profecías, redimiría al mundo de sus egoísmos y codicias, pero que, cuando llegó a ser hombre y Dios, lo asesinaron por combatir la mentira y proteger a los desheredados de la diosa fortuna. El abuelo Ramiro entonces, ante la imposibilidad de contestar mis porqués infantiles, me fabricaba barquitos y pájaros con papel de periódico y me aseguraba que cuando me asaltara la angustia de la soledad, no tenía más que forzar la imaginación y los barquitos me mecerían en un mar tranquilo y los pájaros de papel me llevarían a un mundo hecho de luz y nubes de algodón de azúcar.

Ahora, a punto de cumplir mis noventa años, aprovecho los, cada vez más escasos rayos de lucidez que se escapan por entre las turbulentas nubes de mi demencia, y me pregunto qué sería de aquel niño-dios que nació para erradicar la injusticia del mundo y otra vez, como antaño, me siento sola. Sola y perdida, aquí, en mi humilde cuarto de asilo.

El día se ha escapado por los cerros huyendo de la implacable oscuridad, y llega esa hora fatídica en que la luz del Astro Rey ha muerto y las estrellas todavía no han nacido. Es el momento más temido; imploro desde las tinieblas de mi mente atormentada la presencia del abuelo Ramiro. Ahora vendrá a rescatar a su niña chica de los miedos que la agobian; me cobijará con su presencia impregnada de olor a romero y tabaco de pipa. Apoyará sus recias manos en mis hombros de cristal, sus labios tibios en mi frente de niña y me susurrará al oído: ya estoy contigo, Inés. Mira por la ventana y verás como, hasta en la noche más negra, me encontrarás a mi para protegerte.

Al otro lado del cristal ya puedo contemplar la noche pintada con polvo de estrellas, en tanto que la luz de mi mente languidece. Antes de sumirme en ese pozo sin fondo en el que no sabré quién soy ni dónde me encuentro, he de hallar los barcos y los pájaros de papel que me hacía el abuelo, ellos me rescatarán de mi angustia y me llevarán a mundos de luz y nubes de algodón de azúcar.
FIN

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