viernes, 7 de octubre de 2011

Alzheimer

Desde hace unos meses, tal vez medio año, no oigo sus llamadas de auxilio, aquellos lamentos angustiosos de niña que se ha perdido en una pesadilla y sabe que cualquier paso que dé puede suponer su perdición. Entonces bajaba las escaleras y lograba calmarla. No me resultaba difícil, puesto que me presentaba con aire risueño y despreocupado, dispuesto a convencerla de que su desesperación no tenía razón de ser. Me contaba que había parido un niño y no tenía leche para alimentarlo; cogía un pico de la manta con que cubría sus piernas en la silla de ruedas y se lo arrimaba a sus senos exhaustos: Mira Tomás (me decía entre sollozos, aplicándome el nombre de mi padre) hace ya horas que me nació y no tengo ni una gota de teta que darle, ¡se me va a morir! Yo le abotonaba la pechera y le arrimaba el pico de la manta bajo su cuello: No te preocupes, mamá, la vecina, Inés la Curra, ha tenido también un crío y tiene leche de sobra. Al nuestro lo ha hartado de mamar, ahora duerme. No grites, porque se despertará.

Al momento caía en una verborrea confusa, de la que sólo yo podía sacar algo en claro, puesto que mentaba a gentes de su edad, y hasta mayores; los más de ellos, pupilos ya del camposanto. Podría decir que me llenaba la casa de muertos, pero sus gestos y su rostro se embalsamaban de sosiego, hasta me parecía que sus labios marchitos ensayaban un amago de sonrisa. Era entonces cuando yo aprovechaba para continuar con mi relato ‘La vida en un cuadro’, completamente inspirado en aquellas vivencias.

Al haber conocido personalmente a aquellos personajes del pasado, no me costaba demasiado meterme en el mundo fantasmal de mi madre, esto la tranquilizaba más, creo, que los medicamentos de su tratamiento, yo era su único asidero, quien la comprendía y daba carta de autenticidad a su ‘realidad’, aunque, me metía hasta tal punto en su mundo de alucinaciones, que a veces llegaba a temer no saber salir de él.

Fui descubriendo –ya que 11 años de enfermedad dan para mucho– que a los desdichados que padecen esta dolencia llamada Alzheimer se les va erosionando la memoria del final al principio, algo así como si uno lee un libro y comienza a borrársele de la memoria el desenlace final y la trama, hasta quedarle guardados en la mente tan sólo los primeros párrafos del relato. Ahora, casi 3 años después de su muerte, he dejado de oír sus llamadas de niña perdida en la ciénaga de sus alucinaciones, pero perduran en mi recuerdo sus ojos azules, sin fondo, a los que sólo se asomaba el desamparo, el más absoluto patetismo.

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