lunes, 19 de diciembre de 2011

Descansen en paz

Mirar para atrás es conveniente para evitar que la Historia nos aplaste, pero hacerlo con prudencia, de reojo y a través del retrovisor de la memoria, puesto que, si giramos la cabeza al completo perdemos el presente y nos arriesgamos a pegarnos el crismazo padre.

Los viejos de ahora sabemos de la guerra incivil lo que nos contaron nuestros padres cuando la sangre derramada todavía no estaba seca, y de Franco, que era el amo absoluto, no ya de nuestros actos, sino hasta de nuestros pensamientos. Nuestros hijos no conocieron ni la guerra ni a Franco, ni puñetera falta que les hace. Por eso cuando algunos de nuestros políticos, o sectores de nuestra sociedad, pretenden remover el cieno (ellos sabrán con qué fines) y les da por soliviantar tumbas, no puedo evitar sonreír con escepticismo por debajo del colmillo. Creo que el que fue nuestro dueño y señor durante nuestra juventud, se está portando francamente bien desde que le colocaron la cobertera de una tonelada y media. Y no es que tema que vaya a resucitar cuando lo destapen, pero sí podría reavivar viejos escozores, polémicas trasnochadas e inútiles.

Cierto es que ‘El Valle de los Caídos’ está llegando a un estado de deterioro que frisa la pura ruina, pero que precisamente ahora, cuando atravesamos una situación de agobio económico en el que nos están restringiendo hasta el resuello, en el que cada día aumenta el número de familias a las que se les están cerrando todos los caminos para seguir subsistiendo, creo que no es el momento más propicio para plantearse la restauración de lápidas y sepulturas con goteras, ya se podía haber hecho en tiempos de más abundancia o, al menos, haber mantenido esas obras mejor cuidadas.

Quienes allí descansan –mártires, héroes o simplemente víctimas de la sinrazón– tal vez pensarían, si pudieran pensar, que sería más conveniente que nuestros mandamases, si pudieran mandar, se esforzaran en idear fórmulas para que sus nietos y biznietos (de los caídos, quiero decir) no se acostaran cada noche con la angustia de no saber si al día siguiente tendrían algo que echar al puchero.

Los vivos necesitan alimentarse para seguir estándolo y las necesidades de los muertos se cubren con rezarles, si se tiene devoción, recordarlos, respetarlos y sobre todo… dejarlos descansar en paz.

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